1 de junio de 2012

Escape 1: La chica de Lima.

Me fui de Piura escapándome de una mala racha personal y financiera. Era un viaje que venía aplazando por mucho tiempo y que si no lo hacía en el transcurso de la segunda semana de marzo, quedaría postergado hasta nuevo aviso. Simplemente quería no estar aquí, alejarme de cada estímulo que yo concebía como estresante, alejarme de mi familia y de mis conocidos. Cada cierto tiempo me da por no tolerar Piura. Me parece la ciudad más aburrida del mundo, achacándole a este caluroso terruño, características que solo me pertenecen a mí. Yo soy el aburrido, pienso. Simples desplazamientos. 
En fin, hace ya tres años estaba  hastiado de las calles con huecos, de los colectivos de a sol, de viajar en combi hasta un mercado pestilente para poder tomar el mejor jugo de piña del mundo - y es que, aunque nunca haya salido del territorio nacional, no me imagino una manera que puedan superar a ese juguero, de quien, aunque soy su cliente desde hace más de seis años, no sé su nombre y no recuerdo su rostro-, del tremendo calor, de la señora Olga, que me cobraba cada día el alquiler del departamento y cansado, sobre todo, de no tener dinero suficiente para poder pagarle a la viejita y mudarme de una vez para no volverle a ver la cara en lo que me quedara -o le quedara- de vida. 
Las cosas eran así: No podía irme sin pagar. No tenía dinero para pagarle. Me quería ir.

Haciendo gestiones que no vienen al caso contar -pero que se hicieron sin faltar ninguna norma de la moral y las buenas costumbres-, logré subsanar la gran deuda que sostenía con la señora Olga. Toda mi familia había abandonado el departamento, así que aguanté con estoicismo las pataletas de la octogenaria para recibir el inmueble: Yo fregaba los pisos, barría, trapeaba y enceraba; no quería quejas ni volver escuchar algún berrinche de la señora arrendataria. "Señora, sus llaves", le dije con solemnidad al momento de entregarle el departamento. "Ya, hijito, gracias papito, que te vaya bien", me respondió ella con hipocresía. "Gracias, señora".

Me acomodé en el asiento número cuatro del bus de la empresa que me dejaba más cerca de mi destino en Lima. A solo cinco soles en taxi. Siempre mido la distancia en las ciudades según el precio del taxi. Si me preguntas el porqué no sabría que responder.  Ya en el bus, arrellanado en mi asiento -y en el asiento de al lado- rogaba que nadie se siente conmigo o en el peor de los casos, se siente a mi lado una chica guapísima que me desee con lujuria. Viaje solo, tal como deseaba, no hubo una chica que me desee con lujuria sentada a mi lado, y dudo que la hubiese, solo bastaba ver mi nuevo corte de cabello, el más horrendo que tuve hasta entonces y que para más inri, venía acompañado de una experiencia traumática -un peluquero homosexual que hacía bromas subidas de tono y que tuve que casi mandar al diablo para que deje el acoso y me corte el pelo (lo cual hizo horrendamente)-. 

El cielo limeño me recibió con un hermoso color gris, que no dejaba escapar ni un rayo de sol. Lo vi como un gran presagio, el inicio de una aventura que me depuraría de todos mis achaques y la mala onda. Empezaba el día con el pie derecho y terminaría la noche mejor aún, con una fiesta por el cumpleaños veintidós de mi primo Marco -yo tenía veinte-. 
Cuan calurosa puede llegar a ser las bienvenidas de mis familiares después de un par de años de no vernos: Me dieron un suculento desayuno, me dejaron dormir hasta bien entrada la tarde y luego, como para ya ir entrando en calor, nos tomamos unas cuantas cervezas que nos dejaron un tanto zamaqueados.  

-Puta, primo, al tiempo que te dejas ver -me dijo Gino.
-Hay que hacerse extrañar...
-¿Trabajarás nuevamente con Cirilo?
-No, no. He venido solo a pasear. Nada de trabajo.
Reímos con sonoras carcajadas. Todos estaban enterados  de mi primera experiencia laboral en una fábrica de plástico donde mi primo Omar -Cirilo- es el jefe de planta. Fue el trabajo más pesado que he tenido y el peor pagado, pero, de alguna u otra manera, el que me enseñó que no era tan inútil como creía.
-¿Un par más?
-Las últimas, si no no llegamos a la fiesta.

Me desperté minutos antes de que empiece la fiesta, ya algunos invitados pululaban por la sala de la recepción. Me di un baño fugaz, me vestí rápidamente -camisa negra, jeans y zapatillas rojas- y demoré un tanto tratando de estilizar mi arruinado cabello. La mayoría de mis primos estaban presentes, a muchos de ellos no los veía en largo tiempo. Me detenía frente de cada uno y nos poníamos al tanto de generalidades. Habían, además, tres chicas amigas de mi primo, un par de amigos, tíos y tías. La fiesta estaba animada. Al menos, en particular, yo lo estaba.

-Me gusta como te luce esa camisa- decía un SMS que llegó a mi celular de un número desconocido.
Miré derredor tratando encontrar a la bromista. Nadie.
-¿Quién eres?- respondí.
-Te estoy mirando en este momento. Me gusta lo que veo.- decía el mensaje de respuesta.
Miré nuevamente derredor y vi a Rita mirándome con picardía.
-Te descubrí- le respondí.
Me le acerqué sin más. no tenía nada que perder. Y esa fue la clave. Cuando uno es quien inicia el cortejo, va a ganar, a conquistar, vaya que tiene mucho que perder. Yo soy un tipo timorato, a quien se le enreda la lengua con facilidad al cortejar a una fémina, no atino a una. 
En ese momento no tenía nada que perder. Estaba ante una situación que yo no había buscado, claro que me sentiría satisfecho si algo pasaba, pero que no me importaba en lo absoluto si no pasaba  nada. Peor no podía estar. 


A Rita la conocí muchos años atrás, cuando yo tenía quince años y cursaba el cuarto año de secundaria. Nuestra relación fue casi de indiferencia. Yo solo tenía ojos para mi chica de ese entonces -una chica guapa, que luego me enteré me engañaba- y ella salía con uno de mis conocidos, además de ser amiga de mi primo. Era una chica bonita, debo decirlo. Recuerdo que ella de aquellas que bailaba en las actuaciones del colegio, toda canción de moda. Bailaba bien. Tenía un cuerpo de infarto. Pero nada más. Yo solo tenía ojos para mi chica. Ella para su chico. Fin de la historia.


Bailamos con intermitencia, no queríamos llamar la atención.  Después de conversar varios minutos y entre risas convenimos que nos vendría bien caminar un momento, respirar un poco, alejarnos de la música y eso que uno inventa con la intención de tener un instante a solas. Salimos so pretexto de comprar más licor. Caminamos por la cochera del edificio rumbo a una licorería cercana.

-Qué grata sorpresa, Rita.
- ¿Por qué?
-Lo es, déjame decirte. Pocas cosas harían esta noche más placentera...
-¿Cuáles, por ejemplo?
La besé. Sonreímos. Seguimos caminando ya no rumbo a la licorería.