6 de septiembre de 2012

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UNO:
Recuerdo la última vez que la vi. Que la vi a Ella. Luego adquirió nuevamente su nombre un tono monótono. El silencio se interpuso entre los dos. Ella desapareció y se convirtió en un jovencita bonita que vivía a quince minutos de mi casa. Las bancas de los parques volvieron a ser simplemente bancas y las cartas que una vez nos escribimos se convirtieron en papeles con grafías. Nada más. 

DOS:
Yo deje de ser aquel que fui y volví a ser yo menos tú. Así de sencillo. Tus manos volvieron a ser tus manos. Tu nombre solamente tuyo. Te convertiste en aquella chica guapa que vivía a pocos minutos de mi casa.
Recuerdo aquel momento. En una banca. Yo sentado y tu apoyada en mi regazo. Llorabas por la incertidumbre del futuro, no conmigo, no había futuro conmigo. Yo soy una persona de presente. No puedo pensar en el mañana, ni en cuanto tiempo puede durar algo. Recuerdo que te aconsejé como suelo aconsejar a aquellas personas que pasan a consulta. Que trato de ayudar y que luego no volveré a ver más. Así. Sabía que ya no te vería. Que la próxima vez que nos cruzáramos, aquellas códigos que teníamos se convertirían en frases simplonas. Que el beso en la mejilla nos sentaría como zapato en el pie equivocado y que la palabra amigo, a pesar del cariño y la confianza extinta, nos quedaría grande.
Es que nunca estuvimos sincronizados. Cuando estuviste dispuesta a dar todo, yo ya lo había estado. Cuando yo lo estuve, tú ya habías quemado esa etapa. Y cuando ambos estuvimos preparados... estábamos con otros.


TRES:
Las cosas son sencillas. Lo emocional siempre gana. Complicar las cosas quizás las hace interesantes, hace la vida menos aburrida, me da material para escribir y escribir me hace feliz.

1 de septiembre de 2012

Tiempo y espacio


UNO
Después de haber vivido veintitrés años en una ciudad pequeña uno se acostumbrarse a las distancias cortas y a movilizarte en bicicleta sin tardar una eternidad. Mi problema con Lima no es la bulla ni el desorden sino la distancia, que se traduce en tiempo. 
Recuerdo hace algún tiempo en Piura,  miraba –ya en pijama- la televisión en casa y ella me envió un mensaje de texto: “Mi madre ha salido con sus amigas”. Me vestí en un santiamén y recorrí veinte cuadras en exactamente doce minutos. En 20 minutos estaba en su casa.  “Hola, bonita, qué haremos hoy” le dije desde el intercomunicador. En 30 minutos estábamos en su cama haciéndolo como poseídos. Lo hicimos dos veces. Nos dimos una ducha y comimos una ligera sopa de verduras para mitigar el hambre. Felices nos despedimos cerca de la una de la mañana, su madre no tardaría en llegar.

DOS
“Mis padres no están” decía su mensaje. Me cambié lo más rápido que pude y corrí al paradero más cercano. 15 minutos después estaba tomando un segundo carro.  Qué frío se siente, joder. Mis pies se han congelado. Recorrer media ciudad por un mensaje de texto debe significar algo. Una hora después estaba en San Isidro, en la puerta de su casa. “Hola, preciosa, qué haremos hoy”, le digo desde el intercomunicador –debo, ser más original con mis saludos-. Entré a su casa y pasamos directamente a su habitación. Nos metimos bajo el cobertor motivados más por el frío que por la pasión y nos desnudamos mutuamente. Tuvimos sexo sin  detenernos mucho en los preámbulos. Ella me dijo que me notaba impaciente. “No, mi amor, son tus ideas. Así, pon tu pierna acá”.  Así, eso, así. 

TRES
Ella estaba en el baño. El reloj marcaba las 10 de la noche. 
-¿Ya te vas?- me preguntó al ver que me vestía.
- Si, preciosa. Es tarde, vivo lejos y el Metropolitano cierra en diez minutos.