31 de diciembre de 2012

Año viejo.

UNO:
Mi celebración de año nuevo fue una mierda. No sé cómo más describirla. Recorrí local tras local, aburrido. Quedamos, mi amigo y yo, desamparados en una suerte de discoteca a la que nunca había ido, bailando con extrañas. Lo que le baja el rating a todo esto es que teníamos buenos planes. Los arruinó una novia celosa. 

DOS:
Este año ha sido bueno, creo. He viajado mucho, aunque no tanto como hubiese querido. Me falta ir a Cuzco y a Arequipa. He conocido gente estupenda y otras personas "tolerables", eso ya es mucho decir. He tenido trabajos divertidos, emocionantes. 

TRES:
Vaya año este. Espero en el 2013 no estar aquí. Estar siempre en otra parte. Ser el constante ausente. Viajar. Aprender. Leer. Escribir. Querer. Reír. Y en un pequeño instante volver, abrazar a mi familia y decirles que los quiero. Ah, eso es lo mejor que me ha dejado este año: He descubierto estimo a varias personas y que quiero a unas cuantas más. Eso es positivo y es lo que rescato. Son estos lazos los que nos mantienen en la tierra, los que nos hacen sentirnos parte de, los que nos alientan a crecer, a dar más, a seguir. El 2012, estos 365 días, han sido un viaje emocional interesante, en el que me propuse cuadrar toda esa masa oscura que me confundía, esa negatividad que me dejo el 2011 fue depurada. 


CUATRO:

He reído hasta las lágrimas. Les he dicho a mis seres queridos que los quiero. No recuerdo haber llorado, pero si lo he hecho: qué bien. He leído una buena cantidad de libros aunque no tantos como hubiese deseado. Retome la lectura de especialidad. He escrito poco. Muy poco. Aunque uno de mis cuentitos fue publicado en una revista local y uno de mis microrelatos fue finalista en un concurso virtual. He descubierto qué es lo que me gusta hacer, profesionalmente. Qué es lo que quiero estudiar más adelante. Qué es lo que quiero llegar a ser. Esto es lo que importa, lo que quiero, lo que me alegro haber hecho y que quiero seguir haciendo. Si es mejor, mejor.


20 de diciembre de 2012

Estrella fugaz

UNO:
Cuando no tengo material para escribir escribo sobre no tener material para escribir. Cuando me gusta una chica o cuando la chica que me gusta se ha convertido en mi chica, o en su defecto nunca me hizo caso; escribo sobre la chica en cuestión. Cuando me siento mal, escribo sobre el sentirse mal. Y cuando quiero burlarme de algo, despotrico contra ese algo sin compasión. Soy muy reactivo, me he dado cuenta. No puedo desligar mi poca capacidad de escribir de mis experiencias vitales. Y como estas son cada vez menos, menos escribo, menos disfruto.
Puedo escribir historias de otros ¿Por qué no?

DOS:

-¿Por qué insistentemente regresas a ella? --le increpé a mi amigo --Y no regresas a ella físicamente, regresas a su recuerdo, a un contacto virtual, a un trato cibernético que se me antoja patético.
-Tú qué sabes, mierda.

TRES:
Hola, Estrella.
Me haces mal. Muy mal. No se lo digas a nadie. Será nuestro secreto.

CUATRO:
-¿Estás? Me he puesto a pensar sobre nosotros.
-No hay nosotros. 
-Si. No encuentro un mejor pronombre. Yo. Tú. El. Ella.
-¿Ah?
-Nada. Me haces mal y me haces bien. Vaya mierda ¿no?
-¿Estás borracho?
-Te estoy contando un epifanía, joder. Concéntrate.
-Oye, ya es tarde y me es incómodo hablar de esto.
-Chau.

CINCO:
Hola, man.
Tengo una teoría: Sin ella no siento. He ahí la explicación. Sentirme miserable es mejor que no sentir nada. ¿Contento?

SEIS:
-Hola.
-¿Estás?
-La señorita se sobra.

SIETE:
-Hola, amiga.
-¿Hola?
-¿Este mes tampoco?

OCHO:
-Hey!
-¿Estás? ¿No?
-Entiendo. Un gusto. Cuidate. Un abrazo. 

NUEVE:
-Hey, Noé.
-¿Dime? -respondí el mensaje instantaneo.
-Unas chelas. Vikingo.
-En media hora, pe'.
-Ya. Media hora.

DIEZ: 
Nos encontramos en el bar media hora después. Mi amigo estaba ocupaba la mesa más cercana al televisor. La oscuridad de ese espacio era solo combatida con la luz de un pequeño foco sujeto a la pared. Bebía una cerveza de trigo. Pedí una para mí y charlamos de fútbol. Él tenía momentos de ensimismamiento. Yo aprovechaba para revisar el twitter. La quinta cerveza se estaba consumiendo cuando él se puso de pie, extrajo de su bolsillo un billete de cincuenta soles y lo puso sobre la mesa. "Yo pago", me dijo. Acepté sin chistar. Extrajo, inmediatamente, su celular del mismo bolsillo; lo miró por un par de segundos y lo arrojó con furia en la pared más próxima, en la cual el pequeño artefacto -un bonito Galaxy mini- se hizo añicos. 
-Se terminó- me dijo, sosegado. -¿Todavía está tu amiga disponible?
-No sé- le contesté - Averiguaré.

Los mozos nos pidieron que abandonásemos el local. Mi amigo dejó un billete de veinte soles encima de los cincuenta. "Disculpe el show", les dijo. Salimos del local sin mirar hacia atrás, sin prestar atención al reclamo de un trabajador del local. 

-Necesitarás un nuevo celular, huevón.
- Ahora no. El otro mes. Quiero estar incomunicado. De todos. Especialmente de Estrella.
-Entiendo- le dije. Y nunca más la volvimos a mencionar.

Estrella Fugaz

7 de diciembre de 2012

Cerrado por reparaciones

Debo reparar este agujero que está en mi cabeza. Debo leer más. Debo dejar de perder el tiempo viendo videos estúpidos en Youtube.
El blog no se cerrará. Mi mente sí. Solo por hoy y mañana.


1 de diciembre de 2012

Apesta a intención.

Los humanos somos muy interesante, debo decir. Si es que existiesen unos seres superiores que vigilan nuestro paso sobre la tierra me los imagino viéndonos con entusiasmo, tratando de predecir nuestros aciertos y nuestros fracasos; y las consecuencias que estos tienen sobre nuestra conducta y nuestra manera de ver el mundo.

Hay algo que a mí en lo particular me llama la atención: las intenciones. Pues al fin de cuentas toda conducta apesta intención. Intenciones evidentes para quien las posee y para el observador; pero también existen intenciones que quieren pasar solapadas bajo la máscara de un acto fortuito, impulsivo, inconsciente. 

Al entender las intenciones se explica, en parte, la conducta. No se justifica, pero se entiende. Y en base a ello se comprende a la persona. ¿Qué quiere lograr como fin máximo? Siempre hay un fin ulterior. Muchas veces que escapa de nuestra consciencia, pero dirige nuestras intenciones "menores" y nuestras pautas de conducta.

Esta semana me he topado con algunos casos particulares. Con ridiculeces tremendas, mayúsculas, casi patéticas. La conducta fue negativa, ponzoñosa; la intención más próxima fue la de hacer daño, de menoscabar al otro. La intención ulterior, digamos, fue la de reafirmarse, de sobrecompensar sus propios complejos. Un caso curioso que puede ser analizado a tres niveles y que traen como (posibles)respuestas: La ira, el recelo y por último la compasión (o la lástima); en ese orden.

Los seres humanos somos interesantísimos. Nunca me cansaré de decirlo. Divertidos, también.


29 de noviembre de 2012

Metacognición.

Me gusta esta aventura de ser docente. No tengo la menor idea de si lo hago bien o mal. Yo doy todo de mí, eso sí. Trato de enseñar y entretener. Me jode cuando me sé aburrido. Cuando siento que no puedo hacer simple un tema complicado. Y es que aunque no lo crean explicar la teoría de Jung con solo generalidades no es tan sencillo como parece. Con lo que me gusta la teoría de Jung...


Seguiré preparando mi clase sobre la formación de conceptos y la Metacognición. Adiós.




26 de noviembre de 2012

Vaya mierda.

Me gusta esa expresión: "Vaya mierda". Nunca la he usado oralmente. 

No sé qué más escribir. Vaya mierda.

2 de noviembre de 2012

Inconsistencias

UNO:

Hace algunos días un grupo amigos -empezó como una comunidad pero ahora es más que eso- organizó un concurso de dibujo. Un concurso sencillo con la finalidad de que los miembros y los no-miembros, demuestren su talento; y, sobre todo, compartir una buena mañana. De hecho la pasamos bien, aunque hubo disconformidad por parte de un participante quien no estuvo de acuerdo con la decisión del jurado -de quien yo era parte- y se quejó -pacíficamente- con los organizadores.   
Bastaba que le digan que la decisión del jurado era inapelable y que sus reclamos serían infructuosos, pero no. Los organizadores se dieron el tiempo de explicarle -o repetirle- los criterios de evaluación y mostrarle, en última instancia, sus puntajes. 
Esta molestia pudo ser vista como un acto de piconería y el participante pudo ser calificado como un "mal perdedor", claro. Pero esa sería una visión simplista del asunto. La perspectiva cambia cuando sabes que el participante en cuestión le dedicó muchas horas a su trabajo -como muchos de los otros participantes-, que publicó en algunas ocasiones fotos de sus avances, que le gusta dibujar, y sobre todo: tiene talento (y lo sabe).  
El problema es que a veces nuestro esfuerzo no nos da el resultado que esperamos, pues existen muchas variables implicadas; ajenas a nosotros, a nuestros deseos y expectativas; y eso nos encabrona. Entonces ¿Aquello no hace menos loable nuestro esfuerzo y ni menos plausible el resultado de este? En lo absoluto. El ganar está bien y el ganar siempre es bueno; pero ¿Cómo actuar cuando no obtenemos lo que creíamos ya nuestro?. La vida no se da como en los libros de autoayuda. No como en los libros de Cauthémoc.
Sigo pensando justo el resultado del concurso de dibujo. El primer lugar mereció ese primer lugar, el segundo lugar hizo un excelente trabajo con la luz y la sombra que le proporcionaba al dibujo un fondo tétrico (sabiendo que el tema del concurso era Halloween) y que el tercer lugar hizo un estupendo dibujo, plagado de detalles; y por eso solo un punto lo separo del segundo lugar. 

DOS:

Postulé a Enseña Perú, una ONG que tiene como objetivo llevar a jóvenes profesionales a zonas urbano-marginales y rurales del país para que trabajen, durante dos años, como profesores a tiempo completo. La iniciativa me pareció fascinante e hice mi postulación virtual. Cuando estaba en Lima me llamaron para una entrevista en Cajamarca, a la cual asistí emocionado. Me fue bien en aquella entrevista. Tres semanas después me citaron para una nueva entrevista, esta vez en la ciudad de Lima. Me entrevistaron finalmente vía Skype -el mismo día que Perú jugaba contra Bolivia- los directivos de la ONG. Me sentí a gusto con mi rendimiento en la nueva entrevista; solo me quedaba esperar mi entrevista final. Esta fue el mismo día que Perú jugaba con Paraguay. Fue una entrevista psicológica simple, puntual y corta. Terminé con una sensación de satisfacción y con la certeza de que el trabajo era mío. 
Me equivoqué. No me dieron el trabajo. Hace una semana recibí el correo que empezaba con:

"Muchas gracias por tu interés en EnseñaPerú, por el tiempo y esfuerzo que dedicaste a esta postulación."
No necesite leer nada más para saber que no había aplicado. Que algo me falto. Que estuve a punto. Pero nada más. Terminé de leer el correo por inercia, intentando imaginarme a la persona que redactó este mensaje y el tiempo que le tomó elaborarlo. Pues para dar malas noticias hay que ser casi un artista. 
"¿Cómo te sientes?", me preguntó una amiga al día siguiente. "En realidad no me he detenido a pensar en ello", le respondí sinceramente. No tuve tiempo de pensarlo. De sentirlo. Ya, posteriormente, en mi casa, me di cuenta que estaba sorprendido, creí que aplicaría, que el trabajo era mío, que podía hacer el cambio enseñando a niños en Cajamarca. Me di cuenta que, además, que esta sorpresa consumió por completo la tristeza. Me dejo como embotado.

Sé que han elegido a gente muy buena y que ellos ayudarán a muchos niños. Me alegra saber que estos niños tendrán buenos profesores, que los motivarán e inspirarán. Creo que eso también suprimió la tristeza, pues aunque suelo ser un puto egoísta, este caso en particular no se trata de mí, aquí yo no importo del todo, quienes importan son ellos: los niños.
Y no, esto no es una racionalización.

TRES:

Una vez me dijeron que yo podía escribir bien si ponía de mi parte: Dedicación, dedicación, dedicación. 
En lo personal, creo que con conocimientos avanzados en gramática, redacción general y de técnica narrativa. Además de  dejar mi sedentarismo para acumular experiencias personales y dejar de lado la pereza para leer muchos más libros mensuales y para ajustarme a una rigurosa práctica de todos los conocimientos adquiridos; podría escribir textos más o menos estructurados y digeribles.
El problema es justamente que ahora leo mucho menos, practico mucho menos, salgo mucho menos y a veces me gana la pereza. 
El problema es la gran inconsistencia entre mis deseos y mis actos. La cuestión es que en este aspecto particular si temo perder.

29 de octubre de 2012

Risible.

Me parece risible el hecho de recurrir a un rinconcito virtual para escribir sobre estas cosas. Me parece risible el escribir a un público ausente, sobre situaciones pasadas o futuras. Me parece risible nuestra situación que no es ninguna en particular y esa nada es risible, es risible con jijijís y jajajás, risible mis intentos fallidos de que esa nada se convierta en algo más que nada pero menos que un todo, porque yo no estoy para todos y tu no estas para eso. Me parece risible este idioma críptico que uso para escribir ciertas cosas, porque el ser indirecto es intimidatorio no para ti sino para mí, que soy un cobarde con mayúsculas y en negritas. Me parece risible la facilidad que tengo para el autoflagelo, para ser mi principal detractor. Y me parece risible que este autoflagelo pueda ser un autoelogio, y más risible es que alguien lo entienda.

Me parecen risibles las conversaciones que tengo con aquella chica guapa con la que intento hablar de vez en cuando. Me parece risible ese atolladero en que se convierte mi cerebro al descubrir mi intención de cercanía. Me parece risible, mi torpeza. Con ella, con Ella, con ella y esa otra chica que conocí en la discoteca y que me dio su número para que la llamase un domingo, pues los domingos descansa y le gusta ir al cine, igual que a mi y tiene unos labios besables y unos ojos bonitos, y me parece risible lo absurdo que me pareció llamarla y gastar tanta energía en algo que me aburriría después de cinco minutos, pues soy así y no asá, pues es risible mi torpeza, es risible.

Me parece risible este escrito pues puede ser una declaración o una confesión, pues puede ser cualquier cosa y no es anda en particular. Es risible, un conjunto risible de letras formando palabras tontas de un tonto desvelado. Y ahí el autoflagelo ¿Te diste cuenta? Es que es tan fácil y tan divertido.

Me parece risible pues esto está a la vista de todo el mundo, pues tú o tú o quizás tú, pueden leer todo esto; y no se imaginan lo risible que resulta el que alguien intente adivinar quién es tú, tú y tú. Tú eres una de esas personas, ya lo sabes. Y es risible que aún siga con este jueguito tonto. Supongo que si eres tú quien interpretas este texto para desternillarse de risa, y te identificas, me conoces y sabes a lo que me refiero.

Es risible mi dejadez. Sé que ella espera algo mejor de mi -y lo risible de todo esto, es que ella puede ser cualquier mujer en la faz de la tierra- y yo ya no tengo algo mejor. Puedo tenerlo pero como que a veces siento que no vale la pena el esfuerzo. No es que ella no lo valga -Ella o cualquier ella- no, no. Esto no lo vale. Es risible. Es absurdo. Es tonto. Me parecen risibles lo esfuerzos de todos los hombres en la faz de la tierra por sacar lo mejor de sí y sé que a ellos les parecerá risible este conjunto de argumentos absurdos que llenan esta hoja. Es así, supongo. 

A decir verdad, soy incapaz de sacrificio alguno y lo gracioso del asunto es que si quisiera algo contigo, mujer, debería hacer sacrificios. Ahí está lo risible. Soy el problema y la solución. Es risible, guapa, es risible. Tú me entiendes, quien quiera que seas. 



21 de octubre de 2012

Cara de...

... de nada. O de un tipo bajito con un muy mal corte de pelo, digo. Cara de algo, pero no de lo otro.  Y eso que me corte el pelo, señora, esa melena esponjosa que me costaba sesenta céntimos diarios poder peinar de una manera decente.  Y no es que a mí me importe, pero ya saben como son los empleadores de quisquillosos con los looks de sus empleados y como soy yo de flojo para las peleas, me gusta evitar la fatiga y recibir un sueldo a fin de mes.  Aunque nunca nadie me pidió que me corte el pelo para darme un trabajo, debo aclarar. Ah, y que me corto el pelo cada cinco meses.


No vengo hablar de pelos y peinados, esos temas ya los toca Koki Belaunde y telodiceconeltaco, vengo a hablar de caras y de los aspectos que deben tener, pues algunos aún creen que la fisionomía te define y que si eres gordito debes ser alegre y jajaja; y si eres flaco debes ser melancólico y reflexivo, y así. Y si eres abogado debes ser así, y si eres filósofo, asá. 

En fin. Me dijeron que no tengo cara... que no parezco psicólogo. Por enésima vez. Supongo que es una crítica, pero, amigos, yo lo tomo como un gran elogio.

Pues eso.


13 de octubre de 2012

Amenidades.

UNO:
Sé que esto sonará a: "No soy supersticioso, pero...". Pero tengo algo en contra de hacer planes. Mi plan era viajar a Lima en la primera semana de este mes.  Buscar un trabajo como freelance y empezar un proyecto con mi amigo y casi socio. Perfecto. Mi familia encantada con la decisión. Yo encantado con la decisión. Algunos amigos encantados con la decisión. Todo perfecto...
Escribo estas líneas en mi escritorio de siempre, en la Pentium no sé que número que ha soportado innumerables post. Estaré en esta calurosa ciudad hasta nuevo aviso. Joder. Detesto hacer planes. 

DOS:
Retomar contacto con personas que no ves hace mucho tiempo es divertido. Es como lanzar una moneda. Existen tres posibles situaciones (¿Existen monedas de tres caras?): La primera es que se hable solo del pasado, agotando las anécdotas jocosas hasta que dejen de serlo; exprimirlas una y otra y otra vez. Luego se dan cuenta que han cambiado y que han tomado camino distintos. Se dan cuenta, además, que el otro no eran tan gracioso, encantador, atractivo o interesante como parecía y que no fue una gran idea el volver a reunirse. El último recuerdo que se tenía de esa persona estaba asociado a un momento agradable. El que se tiene ahora -después del reencuentro- es el de un conocido más.
La segunda situación es simple: Nunca te gustó. No soportas a esa persona. Evitas la posible reunión o no te presentas o te aguantas con cara de poto lo poco/mucho que dure la reunión. Fácil.
En el tercer caso empiezas comentando cosas del pasado, no personales, claro; eso podría ser incómodo. Recordar, por ejemplo, cómo te sonaban las tripas después de haber comido pizza es gracioso. Recordar un momento memorable pero romántico, es incómodo. Y así. Empiezan a compararse los recuerdos con el presente.  ¿Qué ha pasado todo este tiempo? ¡Cómo has cambiado! Pero entre esos cambios te das cuenta que pueden seguir hablando durante horas, que aún no puedes entender cómo diablos le puede gustar Coelho, y que aún les hacen reír ciertas frases cojudonas. Curioso caso el de esta tercera situación. Porque te das cuenta que te agrada esa persona -como siempre lo hizo- y que a pesar de todo -aunque creo que es gracias a ese todo- en que sabes que ahí tienes a una amiga. 

TRES:
Estoy postulando a un nuevo trabajo para el próximo año. Sería el reto más grande de mi vida. Sigo en el proceso de selección. Aún no hay noticias.

CUATRO:
Empecé un nuevo trabajo que me demandará gran cantidad de mi tiempo, mucho más del que tenía planificado. Y tendré que acomodarme. Y lo haré ¿Saben?. Después de la primera semana puedo decir: Qué paja este nuevo trabajo.

CINCO:
¿Qué es la felicidad, entonces? No lo sé. Quizás simplemente es el resultado de la espera. Quizás es saber lo que buscas y emprender esa búsqueda, ya no a ciegas. No tengo idea. A veces pienso que es descubrirte sonriendo tras pequeños logros. Por ejemplo, siento que soy feliz cuando toda mi ropa está limpia. Lo juro. Qué variables psicológicas y metafísicas estarán involucradas en aquella tarea doméstica -la cual odio sobremanera- pero al final del día, y tras un cordel lleno de ropa limpia, me siento renovado y feliz.

6 de septiembre de 2012

Template.

UNO:
Recuerdo la última vez que la vi. Que la vi a Ella. Luego adquirió nuevamente su nombre un tono monótono. El silencio se interpuso entre los dos. Ella desapareció y se convirtió en un jovencita bonita que vivía a quince minutos de mi casa. Las bancas de los parques volvieron a ser simplemente bancas y las cartas que una vez nos escribimos se convirtieron en papeles con grafías. Nada más. 

DOS:
Yo deje de ser aquel que fui y volví a ser yo menos tú. Así de sencillo. Tus manos volvieron a ser tus manos. Tu nombre solamente tuyo. Te convertiste en aquella chica guapa que vivía a pocos minutos de mi casa.
Recuerdo aquel momento. En una banca. Yo sentado y tu apoyada en mi regazo. Llorabas por la incertidumbre del futuro, no conmigo, no había futuro conmigo. Yo soy una persona de presente. No puedo pensar en el mañana, ni en cuanto tiempo puede durar algo. Recuerdo que te aconsejé como suelo aconsejar a aquellas personas que pasan a consulta. Que trato de ayudar y que luego no volveré a ver más. Así. Sabía que ya no te vería. Que la próxima vez que nos cruzáramos, aquellas códigos que teníamos se convertirían en frases simplonas. Que el beso en la mejilla nos sentaría como zapato en el pie equivocado y que la palabra amigo, a pesar del cariño y la confianza extinta, nos quedaría grande.
Es que nunca estuvimos sincronizados. Cuando estuviste dispuesta a dar todo, yo ya lo había estado. Cuando yo lo estuve, tú ya habías quemado esa etapa. Y cuando ambos estuvimos preparados... estábamos con otros.


TRES:
Las cosas son sencillas. Lo emocional siempre gana. Complicar las cosas quizás las hace interesantes, hace la vida menos aburrida, me da material para escribir y escribir me hace feliz.

1 de septiembre de 2012

Tiempo y espacio


UNO
Después de haber vivido veintitrés años en una ciudad pequeña uno se acostumbrarse a las distancias cortas y a movilizarte en bicicleta sin tardar una eternidad. Mi problema con Lima no es la bulla ni el desorden sino la distancia, que se traduce en tiempo. 
Recuerdo hace algún tiempo en Piura,  miraba –ya en pijama- la televisión en casa y ella me envió un mensaje de texto: “Mi madre ha salido con sus amigas”. Me vestí en un santiamén y recorrí veinte cuadras en exactamente doce minutos. En 20 minutos estaba en su casa.  “Hola, bonita, qué haremos hoy” le dije desde el intercomunicador. En 30 minutos estábamos en su cama haciéndolo como poseídos. Lo hicimos dos veces. Nos dimos una ducha y comimos una ligera sopa de verduras para mitigar el hambre. Felices nos despedimos cerca de la una de la mañana, su madre no tardaría en llegar.

DOS
“Mis padres no están” decía su mensaje. Me cambié lo más rápido que pude y corrí al paradero más cercano. 15 minutos después estaba tomando un segundo carro.  Qué frío se siente, joder. Mis pies se han congelado. Recorrer media ciudad por un mensaje de texto debe significar algo. Una hora después estaba en San Isidro, en la puerta de su casa. “Hola, preciosa, qué haremos hoy”, le digo desde el intercomunicador –debo, ser más original con mis saludos-. Entré a su casa y pasamos directamente a su habitación. Nos metimos bajo el cobertor motivados más por el frío que por la pasión y nos desnudamos mutuamente. Tuvimos sexo sin  detenernos mucho en los preámbulos. Ella me dijo que me notaba impaciente. “No, mi amor, son tus ideas. Así, pon tu pierna acá”.  Así, eso, así. 

TRES
Ella estaba en el baño. El reloj marcaba las 10 de la noche. 
-¿Ya te vas?- me preguntó al ver que me vestía.
- Si, preciosa. Es tarde, vivo lejos y el Metropolitano cierra en diez minutos.

12 de agosto de 2012

Curiosidades

UNO:
Hoy sentí la necesidad de ordenar mis documentos. "Necesito tener todo en orden para poder tomar decisiones rápidas", me dije. Las hojas amontonadas en una esquina serían un dolor de cabeza en un futuro próximo, y ya no estoy en edad para dolores de cabeza.

 DOS:
Mientras ordenaba los documentos utilizados en mi tesis -es decir, de hace dos años- encontré un papel A4 doblado por la mitad. En un lado había escrito una serie de apuntes sobre los vínculos de apego en la adolescencia y de otros temas de gran importancia para la tesis, pero de poca importancia para la historia. En fin, dentro de la hoja en cuestión, había además otras inscripciones: Un correo electrónico, un número de celular y el nombre de una chica. ¿Quién sería? ¿Cómo llego eso a mis manos? Movido por la curiosidad corrí a encender la computadora. Entré a facebook.com. Ingresé el nombre en la barra de búsqueda.
La chica es guapa. Estudió derecho. Y no leí más. 

¿Qué hacer? ¿Enviar una fría invitación de facebook para después decirle que descubrí sus datos en mis papeles de hace dos años y que ahora me intriga el saber cómo los obtuve? ¿Decirle, además, que la busqué y la agregué, y quedar como un stalker? Ni hablar.
Un minuto después le envié la invitación. Dos minutos después aceptó mi invitación. Tres minutos después me dispuse a hablarle. Treinta segundos después desistí , apagué la computadora y me fui a terminar de arreglar mis documentos, preguntándome una y otra vez la razón por la que ella escribió en una hoja de papel -que yo me quedé- su nombre, correo y teléfono.

TRES:
Siete de la noche. Plazuela Merino. Estoy sentado en la parte menos iluminada -el foco se ha quemado, pero igual hay bastante luz- del monumento, conversando con unos amigos sobre películas de acción de los años ochenta y noventa. Me comentan sobre "Dragon", película que narra la vida de Bruce Lee. Yo no la he visto, no puedo aportar mucho, me aburro. Reviso el Twitter con discresión, no queriendo parecer gorsero -aunque lo sea-, esperando que la conversación tome otro rumbo; quizás, no sé, empiecen a hablar de Jet Li o de Jackie Chan. Nada. 

Miro derredor. Un acrobata montado en un monociclo hace malabares. "Paja", digo antes de cambiar de foco de atención. Un sujeto devora una hamburguesa a unos diez metros de distancia del monumento; dando groseras y ansiosas mordidas, como si tuviese un límite de tiempo antes de que explote su hamburguesa. Se lame las manos al terminar y se limpia el resto en el pantalón. Huele sus manos, antes de pasarlas, esta vez, por los bolsillos traseros de su mugrienta prenda. Ya satisfecho se acerca a una destartalada moto Honda aparcada junto a la plazuela; monta en ella, le da arranque, y se va haciendo una bulla desproporcionada al tamaño la moto y a la velocidad en la que conduce.

Cinco metros de dónde antes estaba la moto, una chica está sentada en una vereda. Está sola y meditabunda. Tiene un libro de no menos de cuatrocientas hojas en su regazo. Lo levanta un momento y puedo apreciar la inconfundible portada de los libros de Stieg Larsson. Me fijo en ella. Es guapa. Cabello castaño, cara delgada, ojos grandes y nariz perfilada, boca pequeña y labios finos. Aunque sentada, le calculé 165 centímetros de estatura. Tenía un look urbano y unas Converse Chuck Taylor plomas, que le lucían espectaculares.  


A quince metros de distancia, sentado en el monumento, escuchaba como uno de mis acompañantes le narraba al otro los beneficios de ser mormón. A quince metros estaba yo con un gran deseo de acercármele y decirle hola, recibir una mirada gélida o una sonrisa y ya. Lo que sucediese. Ese pensamiento me animo. Me pongo de pie. Doy un paso tras otro, repitiéndome mentalmente un "hola" timorato. Diez metros. "Hola, hola, hola". Es sencillo. Ocho metros. "Disculpa, tuve que hacer acopio de todo mi valor para saludarte. No es algo que hago comunmente". Seis metros. "Aún no se ha dado cuenta que me le estos acercando". Tres metros. "Ya mismo". Dos metros...

-Hola.
-Hola.
-¿Cómo estás? Una pregunta...
-Sí, dime.

Mi celular suena. Una amiga me ha enviado un Whatsapp. A quince metros de distancia veo a la chica recoger su libro. Se va. El recorrido y el saludo  fueron muy sencillos... en mi mente. 


 CUATRO
Ayer estuve en un karaoke. A medianoche unos mariachis entraron al local cantando "Amorcito corazón". "Manya, que paja, aún hay gente romántica", se comentaba en cada mesa. Y eso iba más allá: era una pedida de mano. Los mariachis entonaron "Si nos dejan" y algunas chicas empezarón a lagrimear y granputear a sus parejas por no tener ese tipo de detalles. Y es que hay hombres que no nos esforzamos mucho -por no decir nada- y hay otros que nos ponen la valla muy alta. "Mira, qué romántico... en cambio este. Jump." Y así.
La tercera canción fue la Malagueña. El futuro novio la cantó. Afinadito y todo. "Si por pobre me desprecias, te doy yo la razón". Las lagrimas de emoción recorrían el rostro de la futura novia. Terminó la canción y comenzó un bolero, el cual bailaron como cumbia. Todos aplaudimos (para que se acabe rápido el trámite y poder seguir soltando gallos). Cuando la última canción empezaba a sonar -y después de que un faltoso gritara: Cántales "Mal paso"- el futuro novio cogió el micrófono interrumpiendo la melodía.

-Aguanta, aguanta. Espera pe' compare. - Dijo dirigiéndose a los músicos-. Ya pe'  ¿Te casas conmigo o no?- le preguntó a su novia a full volumen.

Creo que a chica le dijo que si. No presté atención. Los mariachis empezaron a tocar "El Rey" y a mi me gusta siempre hacer el coro. Solo eso.

15 de julio de 2012

Ficciones

La música se escuchaba nítida desde sus audífonos, una señal clara de “por el momento no quiero hablarte”. Típico de ella. Típico de mí seguirle la corriente. Típico de ella el ponerse a cantar a todo pulmón, como diciendo “mira como no me importa el asunto”. Típico en mí quedarme callado y escuchar su concierto. Es más fácil así, para ella y para mí. Ella que acumule rencores y yo me evito discusiones. Me aburren.

Caprichosa como es,  luchará hasta el final.  Complaciente como soy, fungiré mi molestia un momento más. Le encabrona el que yo no me moleste, el que todo me dé igual, el que le quite drama a sus dilemas telenovelescos. La vida para ella es eso, drama.

Ella me mira de reojo, cada cierto tiempo. Me he dado cuenta de ello. Es un tanto obvia en ese aspecto. Yo sigo escribiendo. Ella canta desentonada. Evito reírme. Ella se ha dado cuenta. Me mira y hace pucheros. “Es tan niña”, pienso. “Ya va a caer”, pensará ella.  

Tarde o temprano terminaremos besándonos. Tarde o temprano ella ganará. Dejaré que gane. Es cariñosa cuando se siente victoriosa y me gustan sus excesos de cariño en este invierno frío. Le dejo ganar en esta lucha de egos, en estas disputas absurdas e infantiles, ella lo sabe y aún así lucha con vehemencia. Yo lucho contra mis ganas de reír, contra mis ganas de abrazarla, contra mis ganas de decirte una serie de pavadas socarronas.

-¿De qué te ríes?- me pregunta.
 -Vaya, ya me hablas- respondo.
 -No, no te hablo. Tonto.

Sigo escribiendo. Sus juegos me gustan. Oh, qué serían de mis días sin sus ocurrencias. Serían días normales, sin emociones, y sin sobresaltos. Días normales. He abandonado la comodidad de mi vida solitaria para someterme a los caprichos de esta jovencita de ojos caramelo. Me gusta su necesidad de movimiento, su hiperactividad, su falta de concentración y esa curiosidad infantil ante lo desconocido. Como aquella vez que vio por primera vez un pollito, a sus veintitrés años… Me río precisamente de esto último.

Mira por encima de mi hombro, preguntándose tal vez qué escribo. Volteo y ella silba, disimulando. Sigo con mis garabatos. Ella con su concierto. Si no paro esto seguiremos de largo toda la noche. Niña mujer. Caprichosa.
Y de estos caprichos me alimento, de estas chiquilladas, de estos jueguitos donde yo siempre pierdo voluntariamente, mis fuerzas no son lo suficientemente fuertes para hacerle frente a este torrente de energía que es ella, soy una ramita que se mueve según los caprichos de su voluntad, su voluntad juguetona e inocente.  Ella ya quiere ganar, ya se aburrió de la pelea; por fin.  “Dejemos esta disputa absurda”, le digo. “Yo no empecé, tú empezaste”, me responde haciendo pucheros. “¿Tregua?”, le pregunto. “Tú empezaste”, responde. “Lo siento, yo empecé, princesa”. “Estás disculpado, pero que no se vuelva a repetir”, dice, balanceándose de un lado a otro. Ya ganó. Ya es feliz.

“Escucha esta canción”, me dice, “es bien bonita”, me dice. “Déjame terminar esta línea y soy todo tuyo”.  “¿Qué tanto escribes?”. “Todo sobre ti”, le respondo. “Qué bonita historia”, dice sonriendo antes de abalanzarse sobre mí.

2 de julio de 2012

Telescopio.

Me tomó una hora estar listo para usar mi nuevo telescopio. Según había leído, experimentaría de una nueva manera el ver el firmamento, pasatiempo que tengo desde niño. Todos estábamos emocionados: Mis padres, mis hermanas y yo. Instalé el telescopio en mi cuarto, mi ventana tenía la mejor vista del departamento y el vivir en un décimo piso, ayudaba a palear las molestas luces citadinas. "El mejor lugar de la ciudad", me decía, "tengo le mejor lugar para mirar el cielo y un telescopio nuevo". Aquella noche había luna llena. No fue coincidencia; sinceramente ese fue uno de los motivos por los que mis padres accedieron a apoyarme con la compra precipitada. Les dije, además, que quizás podrían ver un "marcianito". Mi madre rió sonoramente. La había convencido. Mi madre convenció a papá. 

-Qué belleza -decía mi papá, al mirar por el lente del telescopio.
-Ya, quítate, quítate, déjame ver.
-Ya, ya, no me empujes, mira.
- Si, pues, los veo.
- Esos son los cráteres de la Luna, amor. - le indicaba mi padre.

El ver aquella escena me conmovió, todos buscamos nuevas experiencias que vivir y que compartir. Mis padres entraron a hurtadillas a mi cuarto mientras yo no estaba, para poder ver el cielo, juntos. Él fungiendo de astrónomo, ella... siguiéndole la corriente. Se les veía encantadores, cual niños con un juguete nuevo. Me sentí un intruso; por lo que me retiré, dejándolos solos. Incluso no tuve el valor de comentarles que no estaban viendo la Luna. El telescopio no apuntaba al cielo, sino al techo. No eran cráteres lunares, eran imperfecciones de cemento. No tuve valor de interrumpir ese momento, de romperles la ilusión. Salí de mi cuarto con una sonrisa en los labios, preguntándome cuánto tardarían en darse cuenta...

1 de junio de 2012

Escape 1: La chica de Lima.

Me fui de Piura escapándome de una mala racha personal y financiera. Era un viaje que venía aplazando por mucho tiempo y que si no lo hacía en el transcurso de la segunda semana de marzo, quedaría postergado hasta nuevo aviso. Simplemente quería no estar aquí, alejarme de cada estímulo que yo concebía como estresante, alejarme de mi familia y de mis conocidos. Cada cierto tiempo me da por no tolerar Piura. Me parece la ciudad más aburrida del mundo, achacándole a este caluroso terruño, características que solo me pertenecen a mí. Yo soy el aburrido, pienso. Simples desplazamientos. 
En fin, hace ya tres años estaba  hastiado de las calles con huecos, de los colectivos de a sol, de viajar en combi hasta un mercado pestilente para poder tomar el mejor jugo de piña del mundo - y es que, aunque nunca haya salido del territorio nacional, no me imagino una manera que puedan superar a ese juguero, de quien, aunque soy su cliente desde hace más de seis años, no sé su nombre y no recuerdo su rostro-, del tremendo calor, de la señora Olga, que me cobraba cada día el alquiler del departamento y cansado, sobre todo, de no tener dinero suficiente para poder pagarle a la viejita y mudarme de una vez para no volverle a ver la cara en lo que me quedara -o le quedara- de vida. 
Las cosas eran así: No podía irme sin pagar. No tenía dinero para pagarle. Me quería ir.

Haciendo gestiones que no vienen al caso contar -pero que se hicieron sin faltar ninguna norma de la moral y las buenas costumbres-, logré subsanar la gran deuda que sostenía con la señora Olga. Toda mi familia había abandonado el departamento, así que aguanté con estoicismo las pataletas de la octogenaria para recibir el inmueble: Yo fregaba los pisos, barría, trapeaba y enceraba; no quería quejas ni volver escuchar algún berrinche de la señora arrendataria. "Señora, sus llaves", le dije con solemnidad al momento de entregarle el departamento. "Ya, hijito, gracias papito, que te vaya bien", me respondió ella con hipocresía. "Gracias, señora".

Me acomodé en el asiento número cuatro del bus de la empresa que me dejaba más cerca de mi destino en Lima. A solo cinco soles en taxi. Siempre mido la distancia en las ciudades según el precio del taxi. Si me preguntas el porqué no sabría que responder.  Ya en el bus, arrellanado en mi asiento -y en el asiento de al lado- rogaba que nadie se siente conmigo o en el peor de los casos, se siente a mi lado una chica guapísima que me desee con lujuria. Viaje solo, tal como deseaba, no hubo una chica que me desee con lujuria sentada a mi lado, y dudo que la hubiese, solo bastaba ver mi nuevo corte de cabello, el más horrendo que tuve hasta entonces y que para más inri, venía acompañado de una experiencia traumática -un peluquero homosexual que hacía bromas subidas de tono y que tuve que casi mandar al diablo para que deje el acoso y me corte el pelo (lo cual hizo horrendamente)-. 

El cielo limeño me recibió con un hermoso color gris, que no dejaba escapar ni un rayo de sol. Lo vi como un gran presagio, el inicio de una aventura que me depuraría de todos mis achaques y la mala onda. Empezaba el día con el pie derecho y terminaría la noche mejor aún, con una fiesta por el cumpleaños veintidós de mi primo Marco -yo tenía veinte-. 
Cuan calurosa puede llegar a ser las bienvenidas de mis familiares después de un par de años de no vernos: Me dieron un suculento desayuno, me dejaron dormir hasta bien entrada la tarde y luego, como para ya ir entrando en calor, nos tomamos unas cuantas cervezas que nos dejaron un tanto zamaqueados.  

-Puta, primo, al tiempo que te dejas ver -me dijo Gino.
-Hay que hacerse extrañar...
-¿Trabajarás nuevamente con Cirilo?
-No, no. He venido solo a pasear. Nada de trabajo.
Reímos con sonoras carcajadas. Todos estaban enterados  de mi primera experiencia laboral en una fábrica de plástico donde mi primo Omar -Cirilo- es el jefe de planta. Fue el trabajo más pesado que he tenido y el peor pagado, pero, de alguna u otra manera, el que me enseñó que no era tan inútil como creía.
-¿Un par más?
-Las últimas, si no no llegamos a la fiesta.

Me desperté minutos antes de que empiece la fiesta, ya algunos invitados pululaban por la sala de la recepción. Me di un baño fugaz, me vestí rápidamente -camisa negra, jeans y zapatillas rojas- y demoré un tanto tratando de estilizar mi arruinado cabello. La mayoría de mis primos estaban presentes, a muchos de ellos no los veía en largo tiempo. Me detenía frente de cada uno y nos poníamos al tanto de generalidades. Habían, además, tres chicas amigas de mi primo, un par de amigos, tíos y tías. La fiesta estaba animada. Al menos, en particular, yo lo estaba.

-Me gusta como te luce esa camisa- decía un SMS que llegó a mi celular de un número desconocido.
Miré derredor tratando encontrar a la bromista. Nadie.
-¿Quién eres?- respondí.
-Te estoy mirando en este momento. Me gusta lo que veo.- decía el mensaje de respuesta.
Miré nuevamente derredor y vi a Rita mirándome con picardía.
-Te descubrí- le respondí.
Me le acerqué sin más. no tenía nada que perder. Y esa fue la clave. Cuando uno es quien inicia el cortejo, va a ganar, a conquistar, vaya que tiene mucho que perder. Yo soy un tipo timorato, a quien se le enreda la lengua con facilidad al cortejar a una fémina, no atino a una. 
En ese momento no tenía nada que perder. Estaba ante una situación que yo no había buscado, claro que me sentiría satisfecho si algo pasaba, pero que no me importaba en lo absoluto si no pasaba  nada. Peor no podía estar. 


A Rita la conocí muchos años atrás, cuando yo tenía quince años y cursaba el cuarto año de secundaria. Nuestra relación fue casi de indiferencia. Yo solo tenía ojos para mi chica de ese entonces -una chica guapa, que luego me enteré me engañaba- y ella salía con uno de mis conocidos, además de ser amiga de mi primo. Era una chica bonita, debo decirlo. Recuerdo que ella de aquellas que bailaba en las actuaciones del colegio, toda canción de moda. Bailaba bien. Tenía un cuerpo de infarto. Pero nada más. Yo solo tenía ojos para mi chica. Ella para su chico. Fin de la historia.


Bailamos con intermitencia, no queríamos llamar la atención.  Después de conversar varios minutos y entre risas convenimos que nos vendría bien caminar un momento, respirar un poco, alejarnos de la música y eso que uno inventa con la intención de tener un instante a solas. Salimos so pretexto de comprar más licor. Caminamos por la cochera del edificio rumbo a una licorería cercana.

-Qué grata sorpresa, Rita.
- ¿Por qué?
-Lo es, déjame decirte. Pocas cosas harían esta noche más placentera...
-¿Cuáles, por ejemplo?
La besé. Sonreímos. Seguimos caminando ya no rumbo a la licorería.



12 de mayo de 2012

Ni bueno ni malo.

-¿Por qué no?- me dijo con voz de suplica.
-Porque no-le respondí- No, es mejor que no,
-Pero, si esto es bueno. Lo quiero. Tú lo quieres. No te entiendo.
-Es mejor así. 
- No, no lo es. No lo es. ¿Por qué lo complicas tanto? Se supone que tú no eres así.
-¿Así cómo?
-Así, así. Inseguro. Poco decidido. No sé como describirte ahora. No eres tú.
-Soy yo, mírame. ¿Crees que es fácil no besarte?
-Pues, no te entiendo.
-No seré el mejor novio para ti.
-Quiero que seas mi chico. Quiero ser tu chica. 
-No lo entiendes. 
-¿Qué no entiendo?
-No seré lo mejor, entiéndelo. Tú eres... tienes...eres perfecta, lo siento así.
- ¿Y entonces?
-Justo por ello. Yo no soy para ti.
-Esa es mi decisión.
-Es que no lo sabes aún. No seré el mejor novio que puedas tener. 
-¿Por qué dices eso?
-Porque es verdad.
-Explícame.
-Soy más egoísta de lo que te imaginas. Tiendo al ostracismo. No me gustan las relaciones sociales que a ti te fascinan. No estoy dispuesto a conocer a tus amigos y lo haría solo por complacerte, pero me son tan indiferentes y mi indiferencia es difícil de ocultar. Soy más bien pasivo, apagado, austero.
-¿Y?
-Me conozco. Y te conozco. Llegará el momento en que esto se convierta en una limitante. En que lo que busques yo no lo pueda dar, pues no me sentiría cómodo. Lo siento, no soy un hombre de sacrificios. 
- ¿Por qué me dices esto?
-Es mejor que te desencantes ahora, que luego. No soy el mejor partido, al menos no para ti.
-Eso suena tan...autoderrotista. ¿Tan baja autoestima tienes?
-Conozco mis limitaciones y conozco mis manías. No las soportarías. 
-Eso no lo sabes.
-Lo sé. Lo sé muy bien. Me reconozco. A la larga te preguntarás qué haces con un sujeto como yo. Y yo me preguntaré qué hago contigo. Qué nos mantiene juntos y la respuesta será la costumbre; pues nuestro gusto intelectual no nos llevará lo pasional. 
-Qué triste que pienses eso... Yo...
-No, yo no. 
-¿Te gusto?
-Mucho.
-Tú me gustas.
-Se te pasará.
-Eres un tonto y cobarde.
-Ves, ya vas entendiendo.
-Realmente no te entiendo, Raúl.
-Qué mas da. No soy lo que tu crees. Es solo un espejismo. Solo eso...
-Yo quiero estar contigo, a pesar de estas tonterías que dices...
-Yo no puedo estar contigo, justamente por lo que tú llamas tonterías. No quiero lastimarte. No quiero lastimarme, lastimándote. Te quiero mucho como para estar contigo.
-No puedo creerlo... es absurdo, es absurdo.
-Lo es, lo es. Es un absurdo. Olvidemos que hablamos de esto. Vamos por un café, dale, yo invito.
-¿Qué? ¿Te olvidas de todo así, tan fácil?
-Es lo mejor, Luciana.
-No, no lo es. Tonto.
-Para mí lo es. Es suficiente. 
Ella me miró fijamente. Tenía los ojos humedecidos. Nadie dijo nada. Ella se puso de pie. Hice lo mismo. Caminamos juntos hasta la esquina de la plaza. Ella paró un taxi. 
-Ahora te entiendo. Tienes miedo y te excusas en huevadas. Eres cobarde.
-Soy de lo peor.
La vi abordar el taxi. La vi secarse las lágrimas, no le gusta que la vean llorar. Vi partir la única oportunidad de que se convierta en mi chica. La volvería a ver y seguiríamos siendo amigos. Ella sigue pensando que fui un cobarde. Yo sigo creyendo que fue lo mejor. Quizás ella tenga la razón. La tiene. No lo aceptaría delante de ella. Ella lo sabe.

20 de abril de 2012

Hace más de un mes.

UNO:
Siempre hay historias que contar, faltas o ciertas. ¿Hay alguna diferencia? Lo importante son las reacciones, las emociones pasajeras que despiertan los relatos. Relatos que son como los sueños, no importa cuán inverosímiles se muestren ante la razón deben ser creíbles en su escenario, su contexto. Reescribir el pasado, escribir el presente mientras lo vives o predecir el futuro. Convertir tus deseos en realidad. Ese besos que nunca te di, te lo di en una de mis historias. Ese beso que aún no te doy, ya fue descrito. Confusión y consuelo. Triste historia y deliciosa a la vez.

DOS:
Más de un mes fuera de casa. Más de un mes por lugares inhóspitos (exagero) y otros hospitalarios. He conocido grandes personas, personas desagradables. Realidades e historias fascinantes. Siempre me pregunté como sería hacer viajes de este tipo. Coger tu mochila y tu maletín, y simplemente perderte, desaparecer y tras algunas horas de viaje, reaparecer en otro lugar, otra región, con otro clima, otros paisajes, otro dialecto, otros rostros, otras ideas. Lo "otro" es tan deslumbrante, es la antítesis de "lo común". Lo común y cotidiano, cansa. Hastía. Un mes fuera de la ciudad y sin lugar fijo de estadía. Fue divertido tener la mochila semiempacada todo el tiempo. Es más, dos veces el helicóptero casi me deja en algún punto de la selva, es un campamento, por más días de los que había planificado. Tanto, tanto que contar; pero tengo tan poco tino para los detalles. Soy un relator de generalidades, siempre a groso modo, someramente. Siempre trivialidades.

TRES:
Egoísta. Sí, eso dijo. Realmente no lo sé. Pero estoy convencido que lo pensó. Y lo acepto, lo soy. Creo que debo de pensar solo en mí y preocuparme un poco por los demás. Es tonto, lo sé. Pero algunos dicen que es bueno, que ayuda a estar bien con las personas, que ayuda a eso llamado amistad, que ayuda a no quedarse solo. Ahí lo tienen, nuevamente pensando en mí.

CUATRO:
Poco a poco y cada vez más he perdido el tino con las féminas. Y he perdido mucho. Ya ni sé como empezar un plática amena. Generalmente eso no resulta problemático. Simplemente te juntas con quienes conoces y que se joda el resto. Pero ahora, no. No. Ella me gusta. Ya está, lo dije. La podría conquistar, lo sé. La situación es que estoy un poco perdido en esto, en ella, en mí. Algo pasa, no me gusta que esto pase. No me gusta perder el control de la situación, no me gustan las situaciones que no pueda prever sus posibles resultados, en las cuales no conozca a cabalidad las variables implicadas. No me agrada nada de esto. Me agrada ella.

CINCO:
Le dije a mi amiga tras enterarme de su embarazo "Qué buena noticia para ti, mujer". No se me ocurrió nada más que decirle. "Felicidades, me alegro mucho", hubiese sido una gran mentira. No quiero mentirle. No a ella. La quiero mucho como para mentirle. Sentí que decirle que era una buena noticia para ella, era lo mejor. Espero que lo haya entendido así. Luego me puse a pensar. Caí en cuenta que estaba siendo mezquino. No importa mi opinión sino la de ella. Ella estaba feliz. Yo debería estarlo. Me es difícil imaginármela embarazada, con dos niños en camino. Pero esa es la situación y ella está feliz. Ella es mi amiga, la quiero demasiado. Estoy feliz por ella. Por que ella está feliz. No sé si me explico.

SEIS:
Dos personas me han insinuado que me quieren como padrino de sus hijos. Dos buenos amigos. Y es un gran honor y elogio, joder. Ser padrino, tradicionalmente, es una gran responsabilidad que no se le delega a cualquiera. El problema es que tengo veintitrés años, soy ateo y no me gustan los compromisos que no entiendo. Tiendo a decir las cosas que no quiero, muy rápido. Las personas se enteran de lo que me disgusta mucho, mucho antes de sabes qué me gusta. Qué no quiero antes de lo que quiero. Qué no puedo antes de lo que puedo. Les dije, algo así como: "No soy católico, no entiendo eso del bautizo, creo no ser el indicado". Espero haber hecho lo correcto. Espero no se lo tomen a mal. Quise ser sincero con ellos y conmigo.

SIETE:
Beberé una cerveza y fumaré un cigarrillo. Escribir hace bien. La cerveza es deliciosa. Debo dejar de fumar.

24 de febrero de 2012

No me gusta

Odio que me apaguen el televisor aunque yo no esté viendo, todos saben que yo no puedo estar en mi casa sin el televisor prendido.
Odio que le doblen la punta de las hojas a mis libros, que los rayen o que coloquen objetos contundentes para no perder la página. No me gusta que me entreguen mis libros dañados, simplemente no los recibo.
No me gusta que me toquen la cabeza ni que me toquen la nuca. Que miren la cabeza para solo decirme que ya me toca corte de cabello".
No me gustan los días soleados. Odio el calor.
Odio que me digas "amix", sobre todo si eres un hombre de más de veinticinco años. Detesto que me digan colega. O que en las presentaciones digan la profesión antes que el nombre.
No me gusta el maní, ni la mantequilla de maní. No me gustan las conservas de frutas salvo la de fresa. No me gusta la miel.
Detesto las bandas sonoras con canciones esperanzadoras. No me gustan las películas que tratan de animales antropomorfizados.
No me gusta la leche y no me gusta que me caiga mal el yogurt, el ponche, el queso y la mantequilla.
No me gusta que me hablen cuando leo.
No me gusta la música "de discoteca" fuera de la discoteca.
Detesto que me hagan bromas y que luego no toleren las mías. Odio que refuten argumentos atacando a la persona. No me gusta que me hablen en susurros o que se dirijan a mí gritando. No me gusta que las personas se acerquen a mí demasiado, me incomodan las personas muy físicas (Salvo que seas un chica, estés buena y, sobre todo: Me gustes).
Odio cuando una chica atractiva no es interesante y cuando es interesante no me empelote; y cuando es atractiva, interesante y me empelota, odio bloquearme como solo yo sé hacerlo.
Odio mi fobia social específica, porque es tonta. Porque la reconozco, sé como es, sé como superarla, pero aún no puedo salir al cien por ciento de ella.
No me gusta los ambientadores de los carros, sobre todo el de fresita. No me gustan los mariscos, el comino, el pisco, la guaraná, el melón, la sopa de novios ni el anis.
No me gustan las frases hechas, aunque las use con frecuencia. No me gusta, sobre todo me siento mal, cuando alguien declara con alegría su odio hacia la lectura. No me gustan las visitas inesperadas.
No me gusta no recordar algunas cosas, como por ejemplo qué más enumerar en esta lista. Sí, soy renegón y no me gusta ello. Sí soy quisquilloso, como te has dado cuenta. Sí, soy desesperante, muchas veces, porque siempre menciono en voz alta lo que no me gusta. Lo curioso, es que a veces puedo dar tregua y sacrificarme por el equipo. No todo es malo, sabes. No es que sea de lo peor. Sé que a veces parezco una fiel copia del pitufo gruñón y odio eso.

20 de febrero de 2012

Sobre fantasmas: Raiza.

Muchos dicen que el mundo es un pañuelo (“Qué pequeño es el mundo, amigo”) cuando algunas veces nos cruzamos con alguien que nunca pensamos que lo haríamos de nuevo. Además, es interesante descubrir conexiones entre dos personas, esas redes de conocidos, que se tejen cual telas de araña. Una vez, por ejemplo, estando con un grupo de personas con quién empezaba a ganar confianza, uno me preguntó por una amiga que no veía hace un tiempo –y que por algunos datos que había dado de mí mismo, cabía la probabilidad de que la conociera-, quien resultó ser mi chica. Qué pequeño es el mundo.

Pero, así como el mundo puede resultar un pañuelo, también puede ser un laberinto interminable, donde personas que alguna vez conociste, desaparecen por completo, como si se regresaran a esa otra dimensión de dónde provenían antes de conocerlas, y por un descuido, capricho o simple azar, se cruzaron en nuestro camino una única vez, sin dejar más rastro que un recuerdo vago.

Yo les llamo fantasmas.

Tenía once años cuando me crucé con un fantasma. Estaba solo, formando la cola para registrar mí llegada al congreso de niños y adolescentes, celebrado en Piura. Hacía un calor insoportable y mi madre había ido a comprarme una botella de agua helada para saciar mi creciente sed, cuando la vi. Cinco niños delante de mí, se encontraba una señora rechoncha hablando con una niña particularmente bonita, de tez clara, ojos color caramelo, cabello castaño, facciones delicadas; y que hablaba más con sus manos que con palabras. Le calculaba mi edad, definitivamente,. Me la quedé mirando prolongadamente, deslumbrados por la imagen que tenía al frente, no exagero, amigo, al decir que mis sentidos se desactivaron para dejarme solo contemplarla, no oía, sentía u olía, solo la veía a ella. Y es que a los once años no piensas en el amor a primera vista, solo sientes ese cosquilleo en el estómago, esas ganas tontas de sonreír y aquella necesidad imperiosa de mirar a la niña bonita que tienes al frente. Sin saber mucho al respecto, por un momento mi mente se perdió en la fantasía, me vi por un instante sujetando su mano, conversando con ella y dándole un tierno beso en la mejilla. No sé que me pasaba, pero me pasaba algo y la niña que salía de la fila junto a la señora rechoncha era la culpable. Mi madre llegó con mi botella de agua en el momento que yo registraba mis datos. Soy “Noé Alvarado, once años, 14635”; le respondía a la señora del registro mientras mis pensamientos acompañaban a la niña perdida en la marea de gente. “¿Cómo se llamará?”, me preguntaba, “¿En qué grado irá? ¿De dónde será?”

Oh, amigo, si te contara los angustiosos momentos en los que me encontraba, sintiéndome tan extraño sin conocer una causa lógica, esa lógica infantil que se puede tener a los once años. Caminaba absorto en mis pensamientos mientras una señora amable me indicaba mi lugar. Aquellos miedos que me acompañaron durante toda la semana debido al concurso, habían desaparecido; qué me iba a importar debatir sobre los derechos del niño si la niña más bonita sobre la tierra pisaba el mismo suelo que yo. Te imaginarás, amigo, la sorpresa que me lleve al encontrarla sentada ahí, en el mismo grupo que yo, justo al lado de mi silla, y al lado de otros niños y niñas, quienes no eran más que bultos, partes parlanchinas de las sillas sobre las que estaban depositados.

-Hola- dije yo a todos (en realidad solo a ella). Mi grupo estaba conformado por 3 niños y 3 niñas.

-Hola- respondieron los demás (aunque solo la escuché a ella).

-¿Cómo te llamas?- me dijo

- No-Noé ¿Y tú?

- Raiza

Era el nombre más extraño que había escuchado hasta entonces y, precisamente, la extrañeza de su nombre hizo que se me grabe a fuego en la memoria. Hasta el día de hoy, amigo, no he conocido otra chica llamada así.

El trabajo era sencillo: Nos brindaban un tema –relacionado a la lucha de los derechos de los niños y adolescentes- y nosotros lo discutíamos en grupo para luego hacer una presentación en el pleno. El debate era fluido, ella participa constantemente y cada participación era mejor que la anterior. Bonita, inteligente, Raiza… Participé en cada oportunidad, sosteniendo debates acalorados con el único fin de que me viera, me tomara en cuenta, no sabía otra manera. Supongo que esto funcionó, pues en poco tiempo estábamos defendiendo el mismo punto y sonriendo en las victorias. Oh, su sonrisa, es un recuerdo borroso pero intenso, que trae consigo aquella sensación de amor infantil.

Después de las presentaciones y el merecido almuerzo la reunión llegó a su final. Cuando nos preparábamos para salir de paseo, caí en cuenta que no tenía mi cuaderno y regresé a buscarlo. Ella venía en mi encuentro con mi cuaderno en la manos y me dijo: "Toma, descuidado, estaba en el suelo".

En el Tour me senté al frente de ella, el grupo de niños lo había hecho con la intención de molestarnos, una broma absurda e infantil que se nos antojo graciosa. Hablamos por largo rato. Recorrimos los museos juntos y creo –o me gustaría creer- que le tome la mano por un largo instante. Pasara lo que pasara, yo estaba en el cielo, me sentía volar. No sabía que decir, mis piernas temblaban mis piernas, temblaba mi voz, temblaba completamente.

Narihualá fue el último lugar que visitamos, caminamos juntos por el museo y nos retrasamos mientras mirábamos algunas reliquias, comentábamos algunas cosas o simplemente caminábamos en silencio. Este es el último recuerdo que tengo de ella, siempre me he preguntado cómo nos despedimos, si la vi marcharse, si nos despedimos con un beso o algo por estilo. La respuesta no se encuentra disponible, ha sido suprimida.

Me gusta pensar que le tome la mano y ella tomo la mía, y que caminamos así hasta alcanzar el grupo y al bus que nos llevaría a casa, a nuestra inexorable despedida. Me gusta creer que nos despedimos con un beso infantil, como en las películas, pero sé que no es cierto.

Simplemente no recuerdo cuando desapareció de mi vista, ni cuáles fueron las últimas palabras que intercambiamos. Lo que si te aseguro, amigo mío, es lo que te contaré a continuación: En la última hoja de mi cuaderno, había un pequeño mensajito escrito por ella. Corazoncitos, mi nombre, su nombre y sus datos. Un “espero volver a verte”, según entendí.

Separé la hoja de mi cuaderno y la guarde en mi bolsillo. Esperaba el momento para decirle a mi madre que me lleve a visitarla. Lamento decir que esa hoja se extravió, por lo cual nunca más la volví a ver. No recuerdo su nombre completo, no recuerdo donde vive y, lo que es peor, no tengo ya una prueba de que realmente existió. Raiza, definitivamente, fue uno de esos fantasmas.


5 de febrero de 2012

Sobre epifanías y mentes cuadriculadas

Sheldon Cooper, el neurótico protagonista de The Big Bang Theory, intentó hacer un algoritmo de la amistad, una manera de mecanizar y estandarizar las relaciones; buscando un mapa infalible, que nos acerque, sin problema alguno, a la persona que deseemos conocer. Y menciono esto no porque confundo la ficción con la realidad, que una situación sacada de un sit-com sea motivo de una reflexión filosófica o psicológica. Por ahí no va la cosa. Lo gracioso de está situación es que establecer un algoritmo o tratar de mecanizar las relaciones es imposible, existen un sinfín de variables a tener en cuenta. Es así que los pensamientos lógicos y cuadriculados para relacionarse con los demás, son tan inútiles como usar un paraguas en una caída libre.

Ayer tuve una epifanía, de esas que te vienen de porrazo, que se te meten a la cabeza sin previo aviso, sin tener la más mínima idea de cómo llegaste a esa conclusión o pensamiento. ¡Pum! Te ataca y luego lo ves todo tan claro. Y es esa clarividencia, es el saber a ciencia cierta, con lujo de detalles, qué está mal, lo que te hace entrar en crisis, aquella crisis que te viene de cuando en cuando, porque te das cuenta que la lógica con que miras el mundo es tan ilógica, absurda y hasta patética. Maldita clarividencia, que te hace mirar hacia dentro y hacia fuera; que te lleva al incomodo pero necesario momento en que empiezas a cuestionarte tus principios; al jodido momento en que debes bajar esos mecanismos tontos, esos escudos bonitos que te pintan una realidad perfecta y que esconde una tempestad de ideas y creencias. Bendita clarividencia, que te conmina a dejar la serena orilla para introducirte en las tormentosas aguas de un río desbordado. Es una buena analogía, ya lo creo. Pues así me sentí ayer tras mi inesperada revelación. Sentí que la deliciosa visión tubular desapareció para dar pase a la verdadera visión, Visión, así con mayúscula, que te permite ver todo el panorama y no solo que te resulta bonito.
Ninguna relación se debe basar en la fría lógica, en probabilidades y en explicaciones científicas. Esas son intelectualizaciones de un Yo temeroso, temeroso de sí mismo, de desbordarse, quizás. Como leí alguna vez "Solo se tiene miedo cuando se está en disensión consigo mismo".
Tuvieron que pasar muchas cosas para que llegue a este estado. No debí, por ejemplo, dejar de visitar a mis amigos bajo la premisa de que "Tiene que existir una razón justificable y -haciendo una medición subjetiva- imperiosa de hacerlo". No debí empezar las relaciones bajo la premisa de que "todo termina, y esa relación también acabará". Mi epifanía fue esta: No puedo ir jugando a la maqueta con mis relaciones. Estas no lo son. Son el original de una obra realmente buena. Una de la que se tiene una vaga noción, una en la que se improvisa, se vive, no se calcula, pues no es una competencia, es una alianza. No son el borrador de algo, son la obra misma.
No diré que me dí cuenta tarde. Pero sí diré que en este aprendizaje que implica vivir, muchas veces te gustaría retroceder un poco, para soplarte al oído en ese momento crucial, para explicarle a tu yo del pasado que, aunque crea que lo está haciendo bien, lo puede hacer mejor, solo necesita liberarse, darse una oportunidad y dejarse de hacer el tonto.