12 de agosto de 2012

Curiosidades

UNO:
Hoy sentí la necesidad de ordenar mis documentos. "Necesito tener todo en orden para poder tomar decisiones rápidas", me dije. Las hojas amontonadas en una esquina serían un dolor de cabeza en un futuro próximo, y ya no estoy en edad para dolores de cabeza.

 DOS:
Mientras ordenaba los documentos utilizados en mi tesis -es decir, de hace dos años- encontré un papel A4 doblado por la mitad. En un lado había escrito una serie de apuntes sobre los vínculos de apego en la adolescencia y de otros temas de gran importancia para la tesis, pero de poca importancia para la historia. En fin, dentro de la hoja en cuestión, había además otras inscripciones: Un correo electrónico, un número de celular y el nombre de una chica. ¿Quién sería? ¿Cómo llego eso a mis manos? Movido por la curiosidad corrí a encender la computadora. Entré a facebook.com. Ingresé el nombre en la barra de búsqueda.
La chica es guapa. Estudió derecho. Y no leí más. 

¿Qué hacer? ¿Enviar una fría invitación de facebook para después decirle que descubrí sus datos en mis papeles de hace dos años y que ahora me intriga el saber cómo los obtuve? ¿Decirle, además, que la busqué y la agregué, y quedar como un stalker? Ni hablar.
Un minuto después le envié la invitación. Dos minutos después aceptó mi invitación. Tres minutos después me dispuse a hablarle. Treinta segundos después desistí , apagué la computadora y me fui a terminar de arreglar mis documentos, preguntándome una y otra vez la razón por la que ella escribió en una hoja de papel -que yo me quedé- su nombre, correo y teléfono.

TRES:
Siete de la noche. Plazuela Merino. Estoy sentado en la parte menos iluminada -el foco se ha quemado, pero igual hay bastante luz- del monumento, conversando con unos amigos sobre películas de acción de los años ochenta y noventa. Me comentan sobre "Dragon", película que narra la vida de Bruce Lee. Yo no la he visto, no puedo aportar mucho, me aburro. Reviso el Twitter con discresión, no queriendo parecer gorsero -aunque lo sea-, esperando que la conversación tome otro rumbo; quizás, no sé, empiecen a hablar de Jet Li o de Jackie Chan. Nada. 

Miro derredor. Un acrobata montado en un monociclo hace malabares. "Paja", digo antes de cambiar de foco de atención. Un sujeto devora una hamburguesa a unos diez metros de distancia del monumento; dando groseras y ansiosas mordidas, como si tuviese un límite de tiempo antes de que explote su hamburguesa. Se lame las manos al terminar y se limpia el resto en el pantalón. Huele sus manos, antes de pasarlas, esta vez, por los bolsillos traseros de su mugrienta prenda. Ya satisfecho se acerca a una destartalada moto Honda aparcada junto a la plazuela; monta en ella, le da arranque, y se va haciendo una bulla desproporcionada al tamaño la moto y a la velocidad en la que conduce.

Cinco metros de dónde antes estaba la moto, una chica está sentada en una vereda. Está sola y meditabunda. Tiene un libro de no menos de cuatrocientas hojas en su regazo. Lo levanta un momento y puedo apreciar la inconfundible portada de los libros de Stieg Larsson. Me fijo en ella. Es guapa. Cabello castaño, cara delgada, ojos grandes y nariz perfilada, boca pequeña y labios finos. Aunque sentada, le calculé 165 centímetros de estatura. Tenía un look urbano y unas Converse Chuck Taylor plomas, que le lucían espectaculares.  


A quince metros de distancia, sentado en el monumento, escuchaba como uno de mis acompañantes le narraba al otro los beneficios de ser mormón. A quince metros estaba yo con un gran deseo de acercármele y decirle hola, recibir una mirada gélida o una sonrisa y ya. Lo que sucediese. Ese pensamiento me animo. Me pongo de pie. Doy un paso tras otro, repitiéndome mentalmente un "hola" timorato. Diez metros. "Hola, hola, hola". Es sencillo. Ocho metros. "Disculpa, tuve que hacer acopio de todo mi valor para saludarte. No es algo que hago comunmente". Seis metros. "Aún no se ha dado cuenta que me le estos acercando". Tres metros. "Ya mismo". Dos metros...

-Hola.
-Hola.
-¿Cómo estás? Una pregunta...
-Sí, dime.

Mi celular suena. Una amiga me ha enviado un Whatsapp. A quince metros de distancia veo a la chica recoger su libro. Se va. El recorrido y el saludo  fueron muy sencillos... en mi mente. 


 CUATRO
Ayer estuve en un karaoke. A medianoche unos mariachis entraron al local cantando "Amorcito corazón". "Manya, que paja, aún hay gente romántica", se comentaba en cada mesa. Y eso iba más allá: era una pedida de mano. Los mariachis entonaron "Si nos dejan" y algunas chicas empezarón a lagrimear y granputear a sus parejas por no tener ese tipo de detalles. Y es que hay hombres que no nos esforzamos mucho -por no decir nada- y hay otros que nos ponen la valla muy alta. "Mira, qué romántico... en cambio este. Jump." Y así.
La tercera canción fue la Malagueña. El futuro novio la cantó. Afinadito y todo. "Si por pobre me desprecias, te doy yo la razón". Las lagrimas de emoción recorrían el rostro de la futura novia. Terminó la canción y comenzó un bolero, el cual bailaron como cumbia. Todos aplaudimos (para que se acabe rápido el trámite y poder seguir soltando gallos). Cuando la última canción empezaba a sonar -y después de que un faltoso gritara: Cántales "Mal paso"- el futuro novio cogió el micrófono interrumpiendo la melodía.

-Aguanta, aguanta. Espera pe' compare. - Dijo dirigiéndose a los músicos-. Ya pe'  ¿Te casas conmigo o no?- le preguntó a su novia a full volumen.

Creo que a chica le dijo que si. No presté atención. Los mariachis empezaron a tocar "El Rey" y a mi me gusta siempre hacer el coro. Solo eso.