2 de julio de 2012

Telescopio.

Me tomó una hora estar listo para usar mi nuevo telescopio. Según había leído, experimentaría de una nueva manera el ver el firmamento, pasatiempo que tengo desde niño. Todos estábamos emocionados: Mis padres, mis hermanas y yo. Instalé el telescopio en mi cuarto, mi ventana tenía la mejor vista del departamento y el vivir en un décimo piso, ayudaba a palear las molestas luces citadinas. "El mejor lugar de la ciudad", me decía, "tengo le mejor lugar para mirar el cielo y un telescopio nuevo". Aquella noche había luna llena. No fue coincidencia; sinceramente ese fue uno de los motivos por los que mis padres accedieron a apoyarme con la compra precipitada. Les dije, además, que quizás podrían ver un "marcianito". Mi madre rió sonoramente. La había convencido. Mi madre convenció a papá. 

-Qué belleza -decía mi papá, al mirar por el lente del telescopio.
-Ya, quítate, quítate, déjame ver.
-Ya, ya, no me empujes, mira.
- Si, pues, los veo.
- Esos son los cráteres de la Luna, amor. - le indicaba mi padre.

El ver aquella escena me conmovió, todos buscamos nuevas experiencias que vivir y que compartir. Mis padres entraron a hurtadillas a mi cuarto mientras yo no estaba, para poder ver el cielo, juntos. Él fungiendo de astrónomo, ella... siguiéndole la corriente. Se les veía encantadores, cual niños con un juguete nuevo. Me sentí un intruso; por lo que me retiré, dejándolos solos. Incluso no tuve el valor de comentarles que no estaban viendo la Luna. El telescopio no apuntaba al cielo, sino al techo. No eran cráteres lunares, eran imperfecciones de cemento. No tuve valor de interrumpir ese momento, de romperles la ilusión. Salí de mi cuarto con una sonrisa en los labios, preguntándome cuánto tardarían en darse cuenta...

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