1 de diciembre de 2012

Apesta a intención.

Los humanos somos muy interesante, debo decir. Si es que existiesen unos seres superiores que vigilan nuestro paso sobre la tierra me los imagino viéndonos con entusiasmo, tratando de predecir nuestros aciertos y nuestros fracasos; y las consecuencias que estos tienen sobre nuestra conducta y nuestra manera de ver el mundo.

Hay algo que a mí en lo particular me llama la atención: las intenciones. Pues al fin de cuentas toda conducta apesta intención. Intenciones evidentes para quien las posee y para el observador; pero también existen intenciones que quieren pasar solapadas bajo la máscara de un acto fortuito, impulsivo, inconsciente. 

Al entender las intenciones se explica, en parte, la conducta. No se justifica, pero se entiende. Y en base a ello se comprende a la persona. ¿Qué quiere lograr como fin máximo? Siempre hay un fin ulterior. Muchas veces que escapa de nuestra consciencia, pero dirige nuestras intenciones "menores" y nuestras pautas de conducta.

Esta semana me he topado con algunos casos particulares. Con ridiculeces tremendas, mayúsculas, casi patéticas. La conducta fue negativa, ponzoñosa; la intención más próxima fue la de hacer daño, de menoscabar al otro. La intención ulterior, digamos, fue la de reafirmarse, de sobrecompensar sus propios complejos. Un caso curioso que puede ser analizado a tres niveles y que traen como (posibles)respuestas: La ira, el recelo y por último la compasión (o la lástima); en ese orden.

Los seres humanos somos interesantísimos. Nunca me cansaré de decirlo. Divertidos, también.


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