11 de enero de 2012

Sobre conversaciones.

Yo insisto que soy el peor conversador del mundo. Soy torpe en mis interacciones, no sé qué temas plantear en una conversación y siento que no motivo que los demás planteen uno. Tengo mi justificación y todo. Revisando publicaciones especializadas caí en cuenta que padezco un curioso Trastorno de Ansiedad Social, sumado a una cierta dosis de narcisismo y una cuota de estupidez. Es que, vamos, no hay que pasarse cinco años en la universidad chancando las teorías freudianas para darse cuenta que aquí pasa algo. Y pasa algo, señores.

Uno de los tipos de Ansiedad Social tiene que ver específicamente con problemas para empezar y mantener conversaciones. Aspectos que se me dificultan sobremanera. Lo curioso, amigos, es que cuando la conversación se torna impersonal, se apodera de mi una verborrea sorprendente, hasta insoportable. Cuando tengo la intención de relacionarme, de indagar más sobre mi interlocutor(a), es cuando nubarrones de nosequé ocupan mi mente, volviéndome un completo inepto. Y es así que no paso del "hola-cómo-estás" o su variante "hola-cómo-está-usted".

Suelo decir que me es tan sencillo hablar ante un auditorio lleno de gente, pero si me sugieres que empiece a relacionarme con alguien -una chica guapa sentada a mi lado, por ejemplo- me bloqueo. Y no me vengan con el cuento que por tener un cartón que asegura que soy psicólogo no debería padecer de algo tan tonto como lo que cuento ahora. Esa sería una afirmación tan absurda como decir que un médico nunca se enferma o que un abogado nunca tendrá problemas legales.
Algunos de mis amigos sugieren que mi problema radica en mi poco interés en las personas, que es una manifestación de un supuesto -sí, señores, supuesto- complejo de superioridad y por ende una baja autoestima (término que, hoy por hoy, se escucha hasta en los lugares más insospechados). Yo se lo adjudico a mi poca práctica, a que no salía a jugar con los niñitos de la cuadra y me refugiaba en la biblioteca municipal, leyendo libros sobre dinosaurios y cuanta cosa aparezca en el libro con figuritas de Charlie Brown. Le hecho la culpa a no haber tenido un amigo imaginario con quien platicar, a que siempre me gustaron las actividades solitarias y a que prefería estar metido en mi casa porque mi madre me generó pavor hacia los rayos solares y a ensuciarme las manos (cosas indispensables para el juego de los niños del barrio).
Ya de grande no hice nada para remediarlo. Yo no crecí pero creció mi ego.

Y aquí estoy, analizándome porque aunque estoy aprendiendo lentamente a superar mi dificultad, aún me sé torpe en este asunto. Es que es increíble la cantidad de material que puede proporcionarme este tema: Los típicos "le hubiese hablado" o su contraparte "debí haberme callado".

Por ahora me valgo de recursos tontos, como decir, por ejemplo, que no sé que decir pues soy nuevo en esto, a veces funciona, increiblemente. Alguien me dijo que el decir "hola" bastaba. Mentira. Pero es agradable decir hola. Quizás me tope con alguien que pille mi pequeña tragedia y podamos platicar a gusto. Quizás me tope con alguien con el mismo padecimiento y nos pongamos a jugar charada. Quizás alguien me enseñe como tener un mejor performance en este asunto. Quizás tenga que ir a terapia, o lo que es mejor -o peor, según la óptica- deba irme a un lugar público a charlar con extraños. Qué se yo, en este asunto -como en cualquier otro- no soy un experto.



1 comentario:

Oscar C. OKIPERU ® dijo...

No hay cosa que un buen par de tragos y amigos no puedan curar...